El Ashtanga nos va transformando poco a poco, tanto física como mental y emocionalmente, es una práctica intensa más vamos construyendo un espacio que nos permite parar, observarnos y agradecer. Agradecer por la bendita posibilidad de estar pudiendo practicar, de gozar cada respirar, agradecer por estar despiertos y redescubrirnos cada vez, pudiendo tornarnos más consciente con cada práctica y agradecer por que esta tradición haya llegado hasta nosotros.

Es gracias a esas horas de práctica donde todo nos lleva a una conciencia interna, presentes en nuestro templo, donde uno empieza a tomar conciencia de la importancia de cuidarnos, de respetar los tiempos de nuestro cuerpo más allá de lo que nuestra mente quiera. Ese impulso es el que nos lleva también a alimentarnos cada vez mejor, a cortar con malos hábitos que ya no nos benefician. Comenzamos junto con todo esto la práctica del desapego y de austeridades inteligentes que requieren de voluntad, más traen otros grandes beneficios no solo a nivel salud sino a nivel energético… Podemos empezar con la práctica de yoga desde la necesidad de trabajar más el cuerpo físico, pero esa es solo la puerta de entrada que nos lleva a un mundo nuevo, más consciente y sutil. Quien no medita, practicando empieza a experimentar esto que tiene que ver con el estar presentes, que es la base de toda meditación y que es la llave para el autoconocimiento, y así poder ver nuestra luz y nuestra sombra, poder empezar a iluminar nuestro interior y encontrarnos, abrazarnos, aceptarnos, perdonarnos y amarnos.